saluda
la sal
ida
1. Saludo auto-inmunitario
Como protocolo privilegiado del amigo – y del enemigo
reconocido como tal –, el saludo es ante todo gesto
inmunitario. Salut
(de [lat.] salvus: intacto; [sánsc.] sárvah:
entero, íntegro, completo) alude literalmente a la
purificación, al reino de lo inmune. El saludo capitaliza lo
inmune en espera de reconocimiento. Esta es su condición,
también en el sentido de su condicionamiento.
Pero el saludo saluda, más radicalmente, la posibilidad
misma del no-reconocimiento. En cuanto rendición absoluta,
absuelta de toda condición, el saludo es entrega
in-condicional: se saluda (si es que acaso alguien alguna vez saluda) al otro, al otro en
cuanto otro, más allá de todo reconocimiento
(otro-reconocimiento).
En esta doble condición e in-condición, el saludo
se abre a la paradoja absoluta: se entrega cada vez a la posibilidad de
lo mejor – o de lo peor.
Un cuerpo se saluda al saludar. Este es quizás su
más puro comportamiento auto-inmunitario. Te saludo quiere
decir: te purifico con mi presencia, te integro en lo sacro de nuestra
común-inmunidad. Pero esta comunidad auto-inmune abre a la
vez el saludo al vértigo de su auto-apropiación
perversa, en el que el saludo saluda su propio suicidio.
Pero el saludo saluda también antes de todo
saludar, más allá de toda apropiación,
en la apertura de la boca que expone el cuerpo desnudo al Chaos y
saluda su propio abismo. Eco abismal, un saludo se redobla
irónicamente ad
infinitum,
y así retiene en su cripta lo otro del otro, como
resto fantasmático (morceau)
entre dientes y garganta. Saludando-se, el saludo nunca digiere del todo a
lo saludado: hay siempre un resto de saludo que resiste en estado de
excepción y que no se dejará nunca saludar. Sauf – le salut:
saludo-exceptuado, que resistiendo a todo saludo se ex-pone a salvo de
sí mismo. Un resto de saludo saluda cada vez su propia
despedida.
2. Alegorías del saludo
Te saludo a ti, noche oscura, te saludo como victoriosa y
éste es mi consuelo, pues tu todo lo acortas, el
día y el tiempo y la vida y la fatiga de la
memoria en eterno olvido.
–Soren Kierkegaard. Siluetas.
“Sin disponer de ningún motivo en particular para
aludir a la ceremonia que algunas comunidades de África
llaman Tashlekh,
cuyos participantes acostumbrar volcar los bolsillos echando al mar su
contenido…” – así saluda a su
lector la Entrevista de
bolsillo, que Bruno Mazzoldi le realizó a
Derrida en 1978. Este ritual que comienza por vaciar los bolsillos
recuerda que no se saluda sino allí
donde no se tiene ya nada – todavía nada
– nada que decir, nada que saludar – más
que el decir mismo, el decir-otro. Un saludo comienza arrojando todo su
contenido al mar.
Saludo como anagnórisis.
“Te saludo”: don de recibimiento y acogida. Gesto
de re-conocimiento, pero no del
otro, sino al
otro, al des-conocido que llega y expone su rostro sin ser invitado.
Gesto de entrega entonces – que vacía los
bolsillos – ante el recién llegado, hospitalidad
de visitación (ajena a todo protocolo y a toda
invitación, a toda hostilpitalidad condicionada).
Saludo-salvaje, acogida que se ex-pone in-condicionalmente al arrivante
(que extrañamente llega cada vez de-nuevo por
primera vez), y que no saluda más que el retorno –
de lo que no retorna ya más. Saludo al arrivant qua revenant
– saludo que se reitera en re-tirada. Como reconocimiento de
una i-recognocibilidad revenida, el saludo abre siempre una escena
espectral. Saluda cada vez la venida
a la presencia (dos presencias saturadas no tienen ya nada
qué saludar) – de aquello que en su revenida puede nunca llegar
a llegar. Contingencia absoluta del saludo.
Cada palabra saluda a quien la habla como a un recién
llegado a ella: es el saludo del sentido
que precede a toda significación. Este saludo-sentido saluda
cada vez otro origen del mundo. Saludo que precursa el sentido del
mundo como su propio fin, incalculable, único y cada vez
otro. Trans-inmanencia del saludo: se saluda al otro, no como
otro “mundo”, sino lo otro del mundo, saludo
como alteración de mundo, remisión de/a lo
irremisible. El saludo saluda cada vez su infinita finitud.
Saludo como anastasis.
Volverse a levantar, resurrección,
re-insurrección, re-iniciación, experiencia de
umbral, rito de pasaje (saludo al hombre nuevo, a la mujer nueva). Este
saludo rebelde ante todo orden preestablecido –
re-insurgencia que levanta el saludo – re-surge y sobre-vive
sin aniquilar la muerte. Se dirá de la
resurrección del
saludo: « la résurrection dont il s’agit
n’échappe pas à la mort, ni ne sort
d’elle, ni la dialectise. Elle forme au contraire
l’extrémité et la
vérité du mourir… Ressusciter la mort
diffère tout à tout de ressusciter les
morts… » (Nancy, J-L. La Déclosion,
p. 135). Este saludo levanta el velo absoluto de la nada en todas las
cosas. Esencia alegórica del saludo: éste saludo
„bedeutet etwas anderes als es ist. Und zwar bedeutet es
genau das Nichtsein dessen, was es vorstellt“ (Benjamin).
Saluda precisamente allí donde no queda nada qué
decir. Saludo entonces como oratio,
alabanza y súplica: « à la fois, chaque
fois, elle célèbre et elle déplore,
elle demande une rémission et elle déclare
l’irrémissible. C’est cela que devient
le discours, lorsque le monde liquidé ne permet plus
d’enchaîner aucune signification. À ce
moment, chaque fois, la prière sans attente et sans effet
forme l’anastasis
du discours, le salut se dresse et s’adresse au point exact
ou il ne reste rien à dire » (La Déclosion,
p. 152).
En Enten-Eller I,
alguien saluda a los synparanecroménoi.
Dice tener el honor de pertenecer a aquella sociedad, la cual
está vinculada solamente por una única
pasión: “la simpatía con el secreto del
duelo” (“Siluetas” o
“Schattenrisse”, editado por Victor Eremita, 171).
Hay que ser synparanecroménon
para no dejar escapar el menor guiño (Wink) del secreto
duelo (Trauer) que tiembla en el saludo, para tener el sentido de la
entre-visión (durch-schauen) que percibe aquella
“imagen interna”, la cual –apunta
Kierkegaard, el secretario– “es demasiado fina para
hacerse exteriormente visible, dado que ha sido tejida con los
acallados acordes del alma”, imagen cuyo duelo fugaz a penas
se entrevé, “pues su esencia es pasar y en el
instante del tiempo presente uno lo ve sólo como se ve a
alguien cuando la vista lo alcanza sólo en el momento en que
dobla la esquina y desaparece”. En ella, silueta o corte de
sombra, tiembla el saludo de la noche.
Abismo de saludo. Su fondo sin fondo se entre-escucha en el saludo que
viene en
des-pedida. Este porta consigo, como su paradójica sombra,
la despedida de todo saludo: gesto de ‘dejar
atrás’ aquél umbral del lenguaje del
que todo saludo es puerta – y salida. Aquél umbral
es sin embargo intransitable. Transito imposible del umbral del saludo:
toda palabra lo ha dejado ya siempre atrás – y sin
embargo nunca lo acabará de atravesar. Es su propio olvido
como saludo lo que el lenguaje saluda
– mientras invita a olvidar. Saludo-olvidado: si para saber
dar (y
saber saludar)
hay que saber olvidar
– lo dado como dado (cf. Derrida. Donner le temps I. La fausse
monnaie). El saludo da
olvi-dando,
olvisaludando.
Gruß-Geben: si el saludo es don, no soy
“yo” quien lo da, quien salu-da. No soy tampoco
“yo” quien podrá recibirlo. Pero otro no
es sólo aquél a quien saludas: es
en verdad cada vez otro quien
saluda.
Saludo del
otro (doble genitivo): un saludo saluda al otro en su nombre
– y en el nombre, lo innombrable. « Le salut salue
dans l’intact intouchable de son insignifiante
propriété, son nom désormais
plongé dans la non-signifiance qui est celle du nom propre
et, par lui ou en lui, chaque fois, du monde en totalité.
Saluant le nom et le non
posé sur ce nom, le salut le désole et se
désole : je suis seul chaque fois absolument seul devant cet
isolement… » (La
Déclosion, 149). El saludo imposible se arroja
cada vez, en solitario, a la travesía sin fin del umbral que
lo separa irremisiblemente de aquello que no se
dejará ya nunca saludar. Se saluda al otro:
irremisiblemente y sin retorno. Este saludo absoluto resta cada vez
an-económico, interrumpe toda circulación, todo
intercambio, saca de quicio el orden de la cortesía y la
reverencia.
Saludo de tiempo finito. Quizás todo discurso no sea
más que corto lapsus
de saludo (éstas mismas notas): darse tiempo, espaciar la
modorra, hacer roña, una entrada por salida, saludo en
despedida. “Quien mucho se despide, pocas ganas tiene de
irse”.